La madriguera de Eva

Viaje a Nueva Zelanda, Tonga y Tailandia entre noviembre y junio relatado en varios capítulos por esta magnífica escritora...





































NEW ZEALAND. NORTH ISLAND


El día 16 de noviembre nos reunimos los cuatro, Cati, Esther, Moncho y yo, en el aeropuerto de Barajas para empezar nuestro gran viaje. Tras 12 horas de avión hasta Tailandia, 14 horas deambulando por las tres mismas calles de Bangkok y otras 11’30 horas de avión, llegamos a nuestro destino final. Auckland, no siendo la capital de Nueva Zelanda, se trata del centro económico del país. Allí pasamos 3 noches y 4 días, recuperándonos del jetlag, buscando furgonetas y organizando nuestras vidas. Entre tanto quehacer, intentamos conocer la ciudad, que resultó ser cosmopolita, ordenada, muy correcta, y con gran presencia asiática.
Una vez siendo cuatro personas enteras y dos furgonetas estupendas, la de las chicas alquilada y la nuestra comprada (Conchita), partimos hacia lo que iba a ser el comienzo de una gran aventura. Dedicamos cinco días en conocer, muy por encima la zona norte de North Island. Descubrimos calas que nos dejaron sin aliento, cascadas que quitaban el habla y bosques que transmitían una inmensa paz. ¿quién nos hubiera dicho que esos paisajes nos acompañarían durante la mayor parte de nuestro viaje? Tras subir por la cara este, llegamos al norte más norte de la isla norte, el Far North, donde se encuentra un desolado faro cuyo paraje ofrece unas vistas impresionantes. Pasamos la noche en el lugar para al día siguiente bajar por la cara oeste.
No he hablado de los campings. El turismo en furgoneta, caravana, o incluso coche con tienda, está muy potenciado en este país. Cada dos por tres aparece en tu camino un camping privado en el que, por una no muy alta cantidad del dólares, puedes pasar la noche utilizando sus instalaciones, tales como baños, duchas, cocinas, comedores, incluso colchonetas elásticas, estas últimas son para niños, pero en alguna ocasión nos han dado permiso a usarlas de uno en uno. Aparte de esto, el gobierno ofrece una serie de campings públicos por todo el país, todos con baño, algunos con duchas, en los que no hay oficina para cobrar, sino un especie de buzón para que metas los fee (honorarios) en un sobre de papel. Como auténticos jóvenes españoles, nosotros no hemos usado ese buzón , aunque alguna que otra vez hemos tenido que pagar porque nos pilla el revisor.
Seguimos con la ruta. Al dejar Far North, pasamos por la 90 Mile Beach, una playa que actualmente tiene 60 millas y cuya arena es tan dura que por coches pueden pasear tranquilamente a lo largo de la playa. Allí vimos a nuestro primer pingüino, aunque el pobre estaba muerto. Se trataba de un Little Blue Penguin, el pingüino más pequeño del mundo y que sólo se ve en N.Z. Pasamos la noche en Northen National Park, donde predominan los Kauris, árboles endémicos que pueden llegar a medir 50 metros y alcanzar edades de 2000 años.
¡Qué flora! Los kauris impresionantes, los helechos gigantes que parecen palmeras y de las cuales me he quedado prendada, las flores de colores intenso que adornan nuestro camino por carreteras, hasta lo que deberían ser insignificantes arbustos son bellísimos arbustos.
¡Qué fauna! Los sonidos que te acompañan por los paseos entre los bosques, al atardecer o por la noche cuando sales de la furgo por cualquier motivo. Las aves que pasan confiadas a tu lado, que te regalan una danza en el aire y ese canto que hace que te sientas cada vez más en armonía.
Llegó Raglan a nuestras vidas, una ciudad costera, llena de jóvenes y con muy buen clima. Nos pareció una buena opción para asentarnos más adelante. Su ambiente, las oportunidades de trabajo y sus playas increíbles también ayudaron en nuestra decisión.
Seguimos isla abajo, km tras km conduciendo al revés. ¡¡Qué expertos en la conducción estamos hechos, por dios!! Ya no le damos a los limpiaparabrisas cuando queremos darle a los intermitentes ni nos comemos la puerta con la mano derecha cuando queremos cambiar marcha…Llegamos a Waitomo Caves, unas cuevas donde hay una especie de luciérnagas que iluminan tu camino mientras te adentras en la oscuridad, increíble!!
Nuestra ruta continuó hacia Rotorua, ciudad situada en el centro de la isla. A medida que nos adentrábamos, un acúmulo de sensaciones nos trastornó. Al principio sentimos un hambre extraña, luego cierto asquillos, y finalmente unas ganas locas de expulsar nuestro contenido estomacal. Debido a la situación de NZ, entre dos placa tectónicas, la zona centro de la isla norte tiene bastante actividad volcánica, lo que provoca que haya gran cantidad de azufre en el ambiente, dando ese olor a huevo podrido, o más bien diría, podridísimo. Visitamos Wai-O-Tapo, un área geotermal que despedía el horrible hedor, pero cuyas piscinas y lagos tenían toda clase de colores extraordinarios debidos a los diferentes minerales. Tras haber pasado noche, nos dirigimos hacia el Tongariro National Park. En él se pueden encontrar tres volcanes principales en los cuales, aunque estemos en verano, todavía hay bastantes nieve.
Hicimos una excursión con fin en una cascada que daba lugar a un riachuelo donde pasamos un estupendo día de baños helados entre churruscamiento y churruscamiento cuales lagartijas al sol. En este Parque Nacional vimos el mejor atardecer jamás visto, cuyos colores teñían intensamente, además del cielo, cualquier cuerpo viviente o no que osara a interponerse entre sol y tierra. Parece mentira que un lugar tan fascinante albergue las escalofriantes tierras de Mordor.
Siguiente parada: Napier. Esta ciudad en los años 30 sufrió un fuerte terremoto con posterior incendio que acabaron con muchas vidas y con gran parte de la arquitectura. Se llevó a cabo una restauración dejando así un auténtico estilo Art Deco. Hoy en día se ha respetado muchísimo el estilo, y sus ciudadanos están muy orgullosos de ello. Es el paraíso de cualquier aficionado al Art Deco.
A continuación bajamos a Wellington, capital política y cultural. La ciudad de NZ más cosmopolita hasta ahora vista y mucho más acogedora que Auckland. En ella pasamos 2días visitando museos y demás y esperando para coger el barco el día 4 de diciembre y así conocer South Island.
Paisajes: frondosísimos bosques con árboles jamás vistos. Verdes praderas salpicadas de mucho, muchísimo ganado feliz. Un cielo limpio con millones de estrellas.
Gente: extremadamente amable. Les encanta poder ayudarte. Los maoríes y los descendientes ingleses son felices los unos con los otros y conviven en las mismas ciudades. Un dato curioso: les encanta ir descalzos por la calle!!!
Animalillos: me volvería loca hablando de ellos, pero lo haré en una próxima entrega. Sólo aclarar que los únicos mamíferos originales son dos clases de murciélago, así que los pajarillos eran completamente felices sin depredadores, de ahí que haya tanta ave no voladora en el país. Se han ido introduciendo mamíferos tipo perros, gatos, ratas, hurones y possums, un marsupial que yo no conocía y que tiene una tremenda cara de bueno, pero que se come los huevos y los polluelos. Aún así la cantidad de aves que hay es tremenda. Es muy fácil ver halcones sobrevolando las carreteras, loritos pasando delante del coche o pajarillos cabezones que te siguen rama tras rama durante tu paseo. Pero bueno, ya he dicho que en cuanto bichejos esto no es todo, y es que en la Isla Sur hay más, mucho más……….

















NEW ZEALAND. SOUTH ISLAND


El 4 de diciembre pasamos de una isla a otra. El viaje en barco duró 3’30horas. South Island nos dio la bienvenida con unas vistas espectaculares. Entramos por los fiordos de la zona norte, descubriendo calitas mínimas con árboles hasta la arena, islotes en los que la entrada es imposible por la espesura de la vegetación, montañas que sobresalen del mar, y un largo etc. Hubo algo que me sorprendió más que nada: ¡Un Little Blue Penguin vivito y coleando! Nadaba con mucha prisa, pero aún así le dio tiempo para sacar la cabecita durante tres segundos y coger algo de aire. Atracamos en Picton, donde, aunque hiciera un calor de pantalones cortos y cholas, tenían montada una irónica cabalgata de Navidad, ¡Pobre de aquel al que le tocó hacer de Papá Noel! Pasamos la noche en Marlborough Sound, uno de los fiordos. Allí tuvimos el placer de conocer a mis queridas sandflies, unas mosquitas un tanto jodelonas a las que les encanta succionar sangre y sus picadas duran lo indurable y pican lo impicable.
Al día siguiente nos dirigimos hacia el Abel Tasman National Park, en el noroeste de la isla. En él había playas desiertas, manantiales cristalinos, grandes paredes de mármol natural y unos enormes mejillones que no dudamos en cocinar. Seguimos nuestra ruta por la cara oeste ignorantes de las sorpresas que nos aguardaban. Conocimos al weka, un ave no voladora y algo curiosona, del tamaño de una gallina, pero algo más estilizada. Cuando hay comida de por medio, se puede convertir en tu mejor amigo, pero también puede hacerte alguna que otra jugada, como descubrí más adelante con un altercado entre un weka espabilado y mi sándwich. Caminamos unos minutos hasta llegar a un mirador, y cuál fue nuestra sorpresa al verlas…decenas de focas de todos los tamaños hicieron que soltáramos gritos de alegría. Algunas estaban repatingadas al sol, otras zarandeaban a sus crías de un lado a otro hartas de que caminaran torpemente sin rumbo. También se podía ver hembras en disputas y machos que se apresuraban a poner algo de orden entre ellas (increíble, ¿no?). Jóvenes jugueteando con la boca abierta haciendo que se mordían. Otras cogían sol estirando el cuello hacia atrás y alzando la cabeza, con los ojillos cerrados y calentándose los morros. Parecía un documental en vivo, y es que actuaban con total normalidad, como si aquellos bichos tan feos llamados humanos no estuviéramos ahí.
La verdad es que es algo que me ha llamado bastante la atención en Nueva Zelanda. Los animales suelen ser bastante confiados. Hay muchísimos patos. Patos de los que vuelan de verdad, y no los que están en una charca en la plaza del pueblo. Patas con sus patitos, patos machos coloridos y patos más jóvenes que empiezan a madurar. Todos estos cuando están durante unos minutos en un mismo sitio, pasan a tu lado por casualidad. Justo cuando están enfrente, deciden acicalarse mostrando todos sus encantos por casualidad. Si tuvieras comida y se la dieras elegirían el lugar para pasar el resto de la tarde, siempre por la casualidad. Pero si hay un animal que realmente me causa sensación, es la gaviota. Hemos conocido varios 1tipos, pero la que mejor me cae es una en particular. Se trata de un espécimen más pequeño de lo normal, con patas y pico naranja intenso y con una mala leche fuera de lo común. Éstas no son de ese tipo de ave que se pasan por casualidad delante de ti. Se plantan enfrente y no te quitan el ojo. Lo bueno empieza cuando les cae comida. Repentinamente, una de ellas decide ser la propietaria de los 3 m cuadrados que te rodean. Como tal, defiende su territorio atacando a sus compañeras. Hincha sus plumas y comienza a gritar lo que probablemente es una larga retahíla de maldiciones estirando el cuello hacia arriba y apuntando el pico hacia el suelo. Estoy segura de que si tuvieran manitas, las cerrarían apretando los puños de la rabia. Es tal su ensimismamiento, que se olvida por completo de la comida y se dedica únicamente a correr detrás de las otras gritando como una descosida. Cada vez que consigue alejarlas, camina estirada y muy digna, disfrutando de su victoria hasta que alguna de las otras se atreve a acercarse a la zona. Sinceramente, no me canso de ver este espectáculo una y otra vez.
Pero sigamos con la ruta. Después de estar observando a las focas durante un largo rato, seguimos bajando ara oeste hacia abajo. Así, conseguimos llegar a una zona de glaciares y hacer excursiones para tener buenas vistas. Nunca pensé que fuera a ver algo similar y la verdad es que, aunque hayan perdido muchos kilómetros a lo largo de los años, los glaciares siguen siendo impresionantes. Nuestro siguiente destino ero Milford Sound, uno de los fiordos de, valga la redundancia, Fiorland, en el suroeste de la isla. Antes de llegar, tuvimos el gusto de conocer a los Keas, loros alpinos regordotes a los que les encanta destrozar todo aquello que tengas delante, desde tiendas de campaña hasta ventanillas de coches. También pudimos ver delfines de Héctor, una pequeña especie exclusiva de N.Z. que pasa la mayoría del tiempo cerca de las costas, lo que nos ayudó a poder verlos en más ocasiones. En Milford Sound pasamos dos noches intentando aprovechar los días lo máximo posible. Hicimos caminatas llegando a cimas que ofrecían vistas increíbles, a lagos de deshielo y otros que reflejaban como espejos. Hicimos una excursión en kayak por el fiordo. Nos rodeaban montañas con cascadas de todos los tamaños, delfines de Héctor, y focas cogiendo el sol que podían en las rocas. Milford Sound es uno de los sitios que más me ha sorprendido del país. Recomendaría a cualquier persona venir desde la otra parte del mundo a deleitarse con el paisaje. Después de esto, llegó nuestra triste separación. Las chicas tenían que empezar la subida de las islas hasta Auckland, de donde salía el avión. A Moncho y a mí nos quedaba mucho por ver, así que seguimos nuestro viaje hacia el sur con la intención de pasar unos días en Stewart Island, una pequeña isla, un poco más grande que Gran Canaria, situada al sur de South Island.

El 17 de diciembre cogimos un agonizante barco de 1 hora. Llegamos a Obán, único asentamiento (humano) de la isla, con unos 200 habitantes. Pasamos dos noches y aprovechamos para visitar Ulba Island, a 5 minutos en lancha. Se trata de una isla santuario, en la que se ha erradicado a los depredadores. Hay gran cantidad de pájaros nativos, entre ellos, cómo no, el Kiwi. Las calitas, el espeso bosque, los múltiples cantos y las diversas aves harán, harán que nunca olvide aquellas 4horas en la isla. Allí, un weka me cogió despistada y se lanzó hacia mi sándwich. Sólo me dio tiempo de ver cómo salía corriendo con pan, tomate y algo de aguacate en el pico. Pudimos ver kakas, grandes loros cuyo canto se puede asemejar al sonido del agua. Robin también estuvo con nosotros. Es un pequeño pajarito negro y cabezón que te sigue para averiguar hacia dónde te diriges. No puedo dejar de mencionar al Tui, un ave bastante común en el país y con una elegancia extrema. Su estilizado cuerpo está cubierto de un plumaje negro verdoso y para más inri, una pluma blanca sobresale en su cuello a modo de pajarita. Su canto es una mezcla de caña hueca y R2D2, el de la guerra de las galaxias, haciendo que te preguntes cómo puede salir ese sonido de un animal. Podría pasarme líneas y más líneas hablando de las curiosas aves que nos encontramos, pero volvamos a Stewart.

El 80% de esa isla es el Rakiura National Park, al que sólo se puede acceder a una tercera parte mediante largas rutas de hasta 10 días caminando. Nosotros nos dedicamos a recorrer zonas cercanas a Oban, tanto de día como de noche, para disfrutar del paisaje, pero sobretodo, en busca de kiwis y de pingüinos. Qué horrible frustración al no ver nada tras pasar largos minutos en silencio de noche y en medio de la vegetación a la espera de alguna aparición de 1 kiwi. Qué horrible frustración, después de varias pateadas donde supuestamente había pingüinos y no se vió ni rastro de ellos. En una de éstas, decidimos salirnos de la ruta y esperar al atardecer a que salieran del agua en una calita escondida de piedras. Durante la espera, vimos una foca en el mar jugueteando con las olas. Nos tenía tan absortos que no nos dimos cuenta de qué estaba pasando a nuestro alrededor. Fue entonces Moncho, zarandeándome el hombre, quien me ayudó a salir de mi ausencia señalándome a algo que había a apenas 3 metros. Una foca hembra nos miraba desde el que había sido su sitio de descanso hacía quién sabe cuánto. Nos observaba con la misma cada de asombro que creo que teníamos nosotros, incapaces de articular palabra. Si no recuerdo mal, la primera de los tres que reaccionó, aunque parezca mentira, fui yo susurrando: ¡foto, foto! Sin darme cuenta de que quien tenía la cámara era yo. El segundo fue Moncho, que empezó a decir palabras sueltas con la velocidad que lo caracteriza. Y la tercera fue ella. Que, sin dejar de vigilarnos, se iba alejando de nosotros y dirigiéndose al mar. Todo esto duró aproximadamente un minuto, pero por poco que fuera, sirvió para quedarnos más que contentos.
El último día en Stewart, a última hora, nos enteramos de que en unas cuevas de una playa cercana, se podían ver pingüinos. Para allá nos dirigimos, buscando sin mucha motivación. Nos encontramos una gruta en la cual nos metimos con frontales- las paredes se iban cerrando hasta tener que caminar de lado y algo agachados. Cuatro puntos iluminados aparecieron enfrente. Al acercarnos un poco más lo vimos bien, ¡eran dos Little Blue Penguin!(y qué littles). Estaban tumbados boca abajo en el hueco donde terminaba la cueva. ¡Qué emoción la nuestra! Sólo estuvimos unos minutos porque no queríamos estresarlos, pero sirvieron para quedarnos más que felices y para irnos de Stewart con muy buena sensación, aunque no viéramos Kiwis, algo a lo que me he resignado.
El 19 de diciembre estábamos otra vez en Conchita, la furgoneta, dirigiéndonos hacia Catlins, en el suroeste de South Island. Allí visitamos varias cascadas, lagos y un gabinete de curiosidades montado en una caravana muy grande y antigua. En él había cosas de lo más curiosas: un trenecillo de juguete que recorría el vehículo entero, un espejo para ratones, inventos logradísimos, un aparato para hipnotizar, y un largo etc. Nos pasamos allí mucho tiempo, y más que nos hubiera gustado pasar. Pero teníamos que dirigirnos a Nugget Point, donde, por lo visto es fácil observar algunos animales. De camino, pasando al lado de una playa de rocas, pasó algo que no esperábamos. Yo estaba luchando para mantener los ojos abiertos, ya que el efecto de los antihistamínicos que me estaba tomando por mis queridas amigas las sandflies, podía conmigo y me tenía completamente trastornada. En una de estas batallas en las que salí victoriosa y pude abrir uno de mis ojos durante dos segundos, pude diferenciar una mancha blanca entre tanta roca negra. Después de gritarle a Moncho y dejarle con el corazón en la boca, bajamos de Conchita y averiguamos de qué se trataba. Era un Yellow Eyed Penguin (pingüino de ojos amarillos), una especie bastante perjudicada que mide medio metro y tiene una raya amarilla por encima de cada ojo. Justo en ese momento le daba la espalda al mar, lo que nos permitió diferenciar su barriga blanca. El maño, que siempre quiere tocar, agarrar y estrujar a todo animalico, se quiso acercar a él más de lo que yo me hubiera imaginado. El pobre pingüino no se dio cuenta de que estábamos ahí hasta que estuvimos a 5 metros de él. Su reacción fue mirarnos de reojo y hacer que no estábamos, como restándole importancia a que dos de aquellos dichos tan feos que se llamaban humanos, se estuvieran acercando peligrosamente con cara de tontos. Una vez estuvimos a menos de un metro de él, su disimulo disminuyó un poco, pasó de mirarnos de reojo a observarnos de forma directa moviendo la cabeza lentamente para mantener la calma. Cuando se daba cuenta de que el disimulo se estaba yendo al garete, miraba al horizonte como si realmente estuviera disfrutando de aquellas vistas. Al ver que aquellos bichos estaban cogiendo demasiada confianza alargando sus brazos hasta casi tocarlo, decidió ir hacia el mar poco a poco, siempre sin perder la calma. ¡Qué andares! ¡Cómo nos cautivó en ese momento! Esa manera de caminar, tambaleándose de un lado para otro. Utilizando sus aletas anteriores para mantener el equilibrio y dando saltitos de vez en cuando. Ahí fue cuando decidimos dejarlo, así que nos volvimos al coche viendo cómo se paraba, nos miraba y volvía a su roca del principio para disfrutar, esta vez de verdad, de las vistas. Como es fácil de entender, nuestras sonrisas no se borraron en todo el día, y menos aún cuando llegamos a Nugget Point y vimos mamás pingüino con sus polluelos, otras buscando lugar para su nido y otros saliendo del agua tras un largo día en el mar.
Después de Catlins subimos a Dunedin, en la costa este. Es la ciudad más importante de la parte sur de South Island y está claramente influenciada por ingleses y escoceses. Luego pasamos a Alexandra, en la zona central, donde pasamos 3días buscando un trabajo temporal para poder seguir con el viaje. Encontramos casa (con una encantadora familia), trabajo (cogiendo cerezas que nos volvemos locos) y una visa hasta mayo(yuju!).
El 24 y 25 de diciembre los pasamos en el Mt Cook National Park, donde se encuentra la montaña más alta de Australasia, el Mt Cook con 50 metros más que El Teide. Vimos glaciares, altas montañas nevadas e inmensos lagos de color turquesa.
Ahora volvemos a estar en Alexandra, asentados durante un mes para seguir con nuestra ruta por el país e incluso fuera de ella. Desde que ahorremos algo para reanudar la aventura, las crónicas nuestros descubrimientos serán enviadas.



No hay comentarios: